22 de octubre de 2016. Lubbock, Texas. Aquella soleada tarde de otoño íbamos a presenciar la consagración de una estrella de la NFL, solo que no la quisimos ver.
La Universidad de Texas Tech se enfrentaba a la todopoderosa Oklahoma comandada por un mariscal de campo cuyos rizos y desparpajo le convertían en uno de los jugadores más divertidos de todo el campeonato universitario.
Pero muchas veces divertido no es sinónimo de efectivo, y en una posición como la de quarterback donde se valora la rigidez hasta lo absurdo esta creatividad se puede llegar a catalogar como algo incluso negativo.
El encuentro se convirtió en un clásico instantáneo del fútbol americano universitario. Los Sooners de Oklahoma se impusieron 66-59 gracias a un Baker Mayfield que se apuntó 545 yardas y 7 TDs aéreos de camino al que sería su primer Trofeo Heisman. Pero pese a esos números el partido no fue un paseo, al otro lado se encontraba el chico que nunca quería perder. Patrick Mahomes lanzó 88 pases de los cuales completó 52 para 734 yardas aéreas (que se dice pronto) y 5 TDs.
No contento con esa actuación, más digna del Madden que de la realidad, también aportó 85 yardas terrestres y dos anotaciones. Este intercambio de golpes, con victoria de Mayfield a los puntos, puso de manifiesto su actitud, su resilencia y su renuncia constante a la derrota en una batalla de la que se sabía perdedor con anterioridad, dada la fragilidad de sus tropas. Como la Batalla de las Termópilas, pero sin final feliz.
Tras una temporada mediocre de 5 victorias, algo que torna más valor cuando vemos que su defensa permitía 44 puntos por partido, os podéis imaginar lo que se podía leer sobre Patrick Mahomes en los meses previos al Draft de 2017: “No es un ganador”, “Es muy espectacular, pero en el momento de la verdad su equipo no consigue ganar”, “Su juego puede llegar a perjudicar a su equipo con algunas malas decisiones”
Todas estas categorizaciones copaban los scouting reports de la prensa durante el proceso pre-Draft, y posiblemente también los de algunos equipos, y eran, a todas luces, injustas. No podemos separar a un jugador de lo que le rodea y en un deporte como el fútbol americano, el deporte de equipo por excelencia, no se puede valorar a un jugador sin entender ese mismo entorno.
ANDY REID EL JOYERO IDEAL
Si recuerdan el Super Bowl LV con Mahomes corriendo por su vida, lanzando pases mientras escapaba de dos jugadores y con su defensa aportando entre poco y nada podrán tener una nítida imagen de su paso por Texas Tech. La realidad es que tuvimos a la estrella siempre delante, una estrella joven, con destellos y sin una luz sostenida, pero una estrella, al fin y al cabo. Para encontrar al Patrick Mahomes de hoy había que escarbar, buscar en el fondo de la imagen y limpiar las impurezas que le rodeaban y esa tarea el destino se la otorgó a un joyero ideal: Andy Reid.
Reid lo vio. Por supuesto que vio el brazo, por supuesto que vio la precisión y la potencia, pero lo que seguro apreció aquella soleada tarde en Lubbock, Texas, fue su fuego interno. Aquello que le movía a hacer todo lo necesario para que su equipo sumase una victoria. Aquel desparpajo que le hacía salvar una jugada que estaba perdida, aun saltándose todas las normas establecidas por cualquier entrenador y en la opinión de los clásicos rozando la temeridad
Estoy convencido que muchos entrenadores le dijeron a Mahomes “no intentes esto”, “no arriesgues”, “no lances este pase”. Pero nadie le dijo “adelante”. Solo Reid. Y en esa unión, en ese entendimiento, Andy Reid ha conseguido sacar el nivel MVP que Patrick llevaba dentro. Ese talento que todos teníamos en las narices, que ninguno nos quisimos creer y el que ningún entrenador se quiso arriesgar a explotar. Solo Reid.
